10.10.10

Morning Sickness

Una batalla entre el bien y el mal se libra en el territorio de la taza de té, mientras la llama de butano del encendedor se multiplica en miles de lenguas anaranjadas a través de las ventanas redondas, que vistas desde afuera le dan a mi casa una apariencia de edificio con anteojos. El mío es un hogar miope.

Las llamas se apagan, besando a sus correspondientes cigarrillos. Mi casa sigue siendo miope, pero esta vez las ventanas se lanzan encima de mí, abonando una nauseosa claustrofobia. Me levanto y la silla hace mucho ruido. Hago girar y estoy afuera tan rápido que casi no me doy cuenta.

Comienza el fin del agobio.

La brasa roja ahora es sólo una y le corona los labios,se mueve en respuesta al compás de su voz. Sigo caminando sin mirar atrás, preguntándome si ella sabrá que aquella vez la vi tanteando el terreno blando.

-No debería salir a esta hora- le dice a mi espalda.
Me detengo
-¿Qué?
-Que no debería estar afuera tan tarde.

Antes de darme vuelta y seguir, alcanzo a captar un ángulo del desprecio relampagueante que cruza su cara. Hay tantas cosas que no sabe.

Amanece mientras doy vuelta la esquina. Casi puedo imaginarme los ojos que me van a mirar con tedio cuando llegue a mi destino. La siempre presente relatividad de lo extraordinario.

Para ellos, lo que está a punto de pasar es lo más común del mundo. Aunque al menos me permito el lujo de rasgar un poco el velo de la rutina cuando lanzo una carcajada espasmódica al darme cuenta de que, efectivamente, dos ojos se están elevando hacia mí.

-Buenas noches… o más bien buenos días-

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